Los
ecos de las bombardas llamaron la atención de todos los pueblos aledaños, las
chispas se expandían entre lo más alto de las montañas; desde Mayunmarca, Serapio
que languidecía pudo despertar, sobó su vientre y alistó el mejor traje para
emprender camino hacia Cosme, donde los
poblanos llegados de muchos lados, mayormente de Lima, empezaban a festejar a
las tres vírgenes: del Rosario, Cocharcas y Santa Clara. Tal vez soportaría las
seis horas de caminata más el hambre hasta llegar o quedaría en medio del
intento y del sendero.
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Catarata Tirol, La Merced |
La
neblina despejó y a lo lejos empezaron a escucharse el sonido de las aves en
medio de la selva. El despertador sonó y nadie pudo ponerse en pie para
apagarlo, Carol pudo atinarle con el zapato y la sala quedó nuevamente en
silencio. Los cuerpos yacían en el sillón y las camas. O fue el hambre que
provocó en ellos un zumbido que fue acelerando hasta que la jovencita de
cabello alborotado dijo: “¿Nadie piensa comer?”, y el desayuno fueron sobras
del día anterior que supieron mucho más rico y macerado que alguna vez en sus
dos décadas de vida. “Ya tenemos fuerzas, hoy somos Tirol”. Y el grupo de
jóvenes se alistó para emprender un viaje hacia el calorcito de la selva, el
que ofrece Chanchamayo y el que ofrecen sus habitantes.
Las
ollas fueron levantadas por tres jóvenes padres, quienes ordenaban a sus
parejas seguir atizando la leña de las vicharras, “sopla, sopla duro”. El humo
y el vapor salían de las cocinas de las familias que pasaban la fiesta. Había muchos
invitados para ofrecer el desayuno: “para los músicos, los tíos que vinieron de
lejos, los toreros, los filmadores…”. Serapio pudo llegar a tiempo, dibujó una
sonrisa afable en su rostro y empezó a saludar a todos como si los conociese y
quisiese de mucho tiempo, fue bien recibido y sus ojos brillaron más bajo el
reflejo del sol vespertino en la sierra cuando probó el primer sorbo de caldo
de gallina mientras las bombardas seguían siendo mandadas al cielo, anunciando
el día principal de la festividad. El eco fue impresionante debido a la
geografía, donde la mayoría de pueblos se encuentran en la cima de montañas y
se ven frente a otra, como si tuviesen alguna gratitud a lo celestial y
quisieran estar más cerca. Desde esa altura, el río Mantaro y la carretera se
ven como dos hilos serpenteados.
Los
gritos de emoción de los jóvenes, que se abrían paso entre sinuosos caminos de
barro, alborotaron la tranquilidad del lugar.
-Por eso no jalo.
-Tranqui nomás, escucha a los árboles, ellos también se alegran de tenernos
aquí.
Carol se sentía orgullosa de haber nacido en La Merced y observar a sus amigos
de barrio, en Lima, experimentar por primera vez de la humedad del lugar, el
olor a hojas de plátano, el chillido de algún animal salvaje, encontrar
mariposas de una infinita variedad de colores y tamaños. Entre bromas,
anécdotas, piteadas y siguiendo a un pequeño río llegaron a la catarata de
Tirol. La caída del agua puso la atmósfera del lugar como si miles de pequeñas
gotas estuviesen en constante llovizna, la alegría del grupo fue inigualable.
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Amanecer en Cosme, Churcampa, Huancavelica |
Serapio
llamaba la atención por su vestimenta tradicional, llevaba el sombrero de
chopja y algunos cosminos reconocieron que él no era del lugar y comentaron que
de donde él venía fue un pueblo que desapareció a causa de un diluvio que
arrasó con todo y que desde los años noventa, Mayunmarca se fue reconstruyendo
de a pocos. Las parejas que bailaban al compás de una banda ayacuchana también
reconstruían sus tradiciones, ellos se dirigieron a la plaza bajo el sol del
mediodía, al llegar a la pequeña capilla las estatuas de las vírgenes esperan para
ser paseadas por la plaza, alrededor de un eje, que este caso fue un hasta sin
bandera.
La
tarde se asomaba y era tiempo de regresar, los jóvenes olvidaron llevar
alimentos y tuvieron que tomar agua de la catarata ante la sed que los
agobiaba, uno de ellos empezó a culpar a Carol por haberlos llevado y no haber
planeado bien las cosas, los demás siguieron con la misma conducta hacia ella.
“Mira carajo, encima estamos todo mojados” y de un empujón Carol cayó a un
pequeño desnivel y sus amigos continuaron el retorno.
Zapateos,
música, alegría y nadie permanecía con un solo grupo. Todos terminaban
conociendo a todos, pasando botellas de cerveza o de “calientito”. El sonido de
la multitud era diferente, el acento lo convertía en un cantar y el quechua los
volvía hermanos. Serapio iba rotando, pero lo tomaban como un loquito más que
demostró haber llevado mejor a los toros de bufa que los que vinieron desde
Lima. Sus cejas de arquearon cuando sentía que se iba quedando solo, en una
esquina, su quechua era de alguien que vive más al sur.
Mientras
cenaba, una jovencita entró al restaurante y, de pronto, sentí una sensación
que me provocó seguirle con la mirada mientras conversaba con mi amigo. La
chica de cabellos alborotados llevaba un polo húmedo de varón y un short de
jean, una herida en la rodilla y rasguños en el cuerpo. Se sentó frente a mí y
me trató como a un amigo que conoce y quiere de muchos años, empezamos a hablar
y ambos nos sorprendimos haber vivido muy cerca en Lima, en alguna época. Le
invité la mitad de mi plato, que rechazó en un comienzo y luego comió con
frenesí. Mi amigo que estaba avergonzado se fue al baño. “Mi nombre es Carol y
tú ya me entiendes bien, así que ya sabes, estoy dispuesta a todo”.
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Huancavelica |
Al
tercer día de fiesta y de haber observado a Serapio, decidí acercármele y me
habló en quechua, le respondía con algunas palabras que ya había aprendido
hasta que comprendió, giró a verme y empezó a hablar en español. Sus ojos, a
los cincuenta y tres años, le brillaban con mucha intensidad, “mi mamá es de
allá y mi papá de más allá”, aunque sólo conozca su pueblo y los aledaños, le
ha quedado entendido que todos en el país somos una mezcla de rasgos oriundos y
no oriundos, “¿sino por qué crees que tengo estos ojos y esta piel roja?”.
Prometemos
con Carol encontrarnos en Lima nuevamente y le doy dinero al mototaxista para
que la lleve a su casa, “es brava la flaca, araña bien ah” y con un abrazo muy
cálido nos despedimos. La fiesta terminó y mientras volvemos a la casa de la
familia que nos hospedó, Serapio empieza a cantar sus huaynos en quechua,
“Ripusajmi, ripusajmi” le digo y entona un huayno que parece le estremece el
alma, le recuerda a su esposa fallecida y a sus hijos que lo han dejado, nos
tomamos del hombro y seguimos la marcha de regreso como amigos que se conocen
de siempre.
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