lunes, 28 de febrero de 2011

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Un zancudo en el mar

A más de dos años he vuelto a visitar una playa, en un comienzo sentí temor para lanzarme a nadar, pero tuve que despojarme todo aquello que me inhibió en esta semana para volver a sumergirme en ese inmenso mar que me provoca desde que tengo ranzón.

El verano en Lima es conocido porque la gentita va a la playa, comer harto helado y chupete –algunos marcianos se comen entre sí-. También aumentan los mosquitos o zancudos como los llamamos por acá, y qué hacemos para que jodan con sus piquetes… bueno, usamos repelentes, Raid –si, no tienes mucha plata, Sapolio-, es casi inevitable. Es por eso que aparecemos con granitos rojos en cualquier parte de cuerpo y nos lo rascamos como perros piojosos. Siempre he luchado contra estos zancudos que zona traídos por los jardines que hay cerca al departamento donde vivo. Sin embargo, me ha tocado sufrir lo que sienten estos insectos.
Soy un zancudo.
 Me he sentido repelido, una amenaza. ¿Cómo? ¿Por qué? Hace dos años me contagié de Hepatitis B y luego de pasar ese trauma ya había dejado de sentirme como un monstruo, pero nuevamente me han hecho sentir así y es terrible cuando alguno de tus mejores amigos (aunque en este caso sea sólo uno) ha sentido dudas de verme por un posible contagio.
Estuve varios días sintiéndome como Frankestein que fui mutando en el mismo animal en el que Gregorio Samsa se convirtió, porque desarrollé una coraza que me inhibió de muchas cosas. Fue como si de un momento a otro le desarrollé miedo a todo o que debería ser tanto como para los objetos como para las personas.

El zancudo y el mar
Ayer fui con mi amiga Tefa al balneario de Punta Hermosa.
Con sólo ver las olas desde la orilla me emocioné para volver a sumergirme en plena formación de una y no ser golpeado como los demás que chapuceaban como renacuajos.
Nuevamente sentí una pesada coraza que me impedía nadar hacia el fondo, tenía que sujetar a mi amiga hasta que fuimos llevados por una ola engañosa y acabamos tirados en la arena.
Volví solo, no necesitaba sujetarme de nadie. No necesitaba pensar en nadie, sólo concentrarme en poder entrar, debía estar allá, donde las olas no hacen nada, no golpean, te mueven.
Avancé, me sumergí y estaba ya en el fondo mientras una ola descomunal se formaba y parecía caer antes de lo debido, iba a caer sobre mí. Tuve miedo nuevamente, dudé. Dudé y dudé.
Miré el cielo y volví a la orilla. Había superado algo más allá de aquella ola. Me sentía nuevamente bien, tenía confianza sobre mí mismo, así que ya nada más necesitaba.
El zancudo se perdió entre las olas del mar y salió humano.
 Hasta el próximo lunes.
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lunes, 14 de febrero de 2011

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Día de San Volantín

Hoy es lunes, ¿en serio? Sí, porque ni me percaté que llegó el celebrado 14 de febrero… A diferencia de los años anteriores, no he recibido miles de correos para decirme: “Ingrato, escribe”. Sólo sé que hace dos días creo haber brindado en memoria de todos esos amores efímeros… bueno, todos terminan siéndolo.

Hasta ocho horas continuas duran las lluvias en esta ciudad. Sólo leo en los periódicos locales cómo se inundan las zonas más pobres y me quedo con un nudo en la garganta sin poder reportarlo… por eso estuve bajoneado, no me quedó otra que quedarme tras la ventana viendo el cielo nublado terminando de escribir relatos que dejé inconclusos.

No soy pollo, aunque más parezco codorniz, pero mejor voy al grano.

Había una vez… no, así no empieza. Érase un sábado que un pelado salió junto a pata (pelado en potencia) a chupar (tragos), fueron de aquí para allá porque todos los bares estaban llenos.
-Rebobinando- Sólo vimos a bastante gente parada en el umbral de los locales mirando como media hora cómo caía la lluvia, tal vez estaban multiplicando la gravedad por su masa para comprobar la velocidad de cada gota de lluvia. Pedimos permiso para entrar a uno que parecía disponible, notaron nuestra presencia y retornaron primorosos a calentar sus sillas o moverse al son de la voz de una zambita que tenía una gran… repertorio, porque cantaba desde las más antiguas de Eva Ayllon, pasaba por Marisol, Shoking Blue… uuuf, sólo le faltaba cantarse un remix de Lady Gaga y Sonia Morales y a esta tía sí que se le podía llamar versátil. ¿Dónde la encuentras? Está en Los Balcones, entre los jirones Puno y Arequipa -ojala me den una jarrita por hacerles propaganda-.
Y nada… todo seguía lleno, y si habían bares libres… vendían exclusivamente chela (helada) y lo que buscábamos era un vaso de whisky para cada uno.

Como último recurso: la Rústica.
Qué raro miraba el vigilante a mi pata antes de entrar al Real Plaza, hasta que entendimos el porqué con las millones de miradas que se dirigieron hacia nosotros en la puerta de este local, ¿qué había pasado? Una radio (no lo diré, no, no, ya pues… Studio 92) estaba organizando una fiesta sólo “para chibolos”. ¡PLOP! Así que de regreso al centro.

¿Adónde ahora?
La noche estaba más llena de preguntas que de estrellas. No quedaba más que ir a un local que tocan música latinoamericana y chupar chela.

Al mismo estilo de Natalie Portman tuvimos que cruzar las calles o nos mojábamos las tabas… y llegando a la esquina de los jirones Cuzco y Ancash veo detrás de una mampara en una tele de 42 pulgadas (más o menos) el video clip The Hardest Part de Coldplay, me emocioné, casi salto… y como si estuviese en mi casa entré, un mozo afable me dice que tienen calientitos, chela y más chela, sin despegar la mirada de la pantalla le pregunto si tienen whisky, me dice que sí… ¿etiqueta roja? La noche se armó. I was happy!

Uno: La parte más dificil

Me fue inevitable no evocar algún recuerdo mientras una viejita de ochenta y cuatro años hacía piruetas junto al joven Spencer y Chris Martin tocaba el piano.

And the hardesr part
Was letting go, not taking part

Habían pasado cinco años desde que salió esa canción y todo un conjunto de momentos regresaron y se hicieron sitio entre mis pensamientos.

I could feel it go down
Bittersweet, I could taste in my mouth
Silver lining the cloud
Oh and I wish that I could work it out

Lo de bueno es que fueron tiempos en los que tuve partida para llegar a la eternidad en algún momento.

Dos: Sentir

Las cosas se volvieron en blanco y negro porque empezaban a tocar un piano, era suave y con un solo ritmo: Feel de Robbie Williams.

I don’t wanna die,
But I ain’t keen on living either.
Before I fall in love…


Me pareció caminar nuevamente por las calles de Jesús María, inmerso en una conversación interminable, me sentí tan cómodo como aquella vez.


I just wanna feel real love,
Feel the home that I live in.
’cause I got too much life,
Running through my veins, going to waste.


Fue tan real que sentí ese aroma que desplegaba el cuello al que quise junto a sus demás partes que me permitieron explorar un mundo inimaginable.

La noche se convertía en madrugada en pleno llanto.
Las demás personas del local cantaban La playa de la Oreja de Van Gogh, pero creo lo hacían porque las calles parecían una.
Ya cuando todos se fueron, pedí un video de Radiohead y pusieron Creep.

When you were here before, 
Couldn't look you in the eye
You're just like an angel, 
Your skin makes me cry


No bebí, absorbí todo el líquido de mi segundo vaso y salí tarareando “But I'm a creep, I'm a weirdo, what the hell am I doin' here? I don't belong here”.

Al final creo canté una gran verdad. Quienes me conocieron dirían los mismo, aunque haya acabado más mojado que cuando llegué a mi casa.
No siempre se da la misma constancia luego que todo acaba… las relaciones se diluyen por diferentes cosas, se dilatan y se hacen un trabajo más pacienzudo mantener contacto.
Todos terminamos olvidándonos en algún momento de alguien o de su cuenta de Facebook, o de su Twitter o de los post de su blog.

Feliz día.
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jueves, 3 de febrero de 2011

Yo sólo quiero escribir

No cesa la lluvia. Van más de seis horas, pero gracias a la buena mojada que me dí pude liberarme de esa sombra negra que me dejó la negación de contrato en la redacción de un diario.

Esta pequeña historia se inició desde la última semana de noviembre del año pasado cuando mi profesor de Redacción Periodística IV me menciona que en el diario local estaban convocando para hacer prácticas pagadas, desde ese momento ya me temblaban las piernas por la emoción que me provocaba sólo imaginar el que se llegue a concretar.
El 27 de diciembre por la noche viajo a Lima para rendir unas evaluaciones, unas cuantas, unas cuantas preguntillas, razonamiento matemático, razonamiento verbal, cultura general, ceviches, huevos y sandías. Sufrí de un deja vu antes de retornar a Huancayo.
Esperé, esperé y esperé.
Culminaron las clases, empezaban las lluvias y seguí esperando.
Un viejo amigo de Lima llega de visita con su mamá, aprovechamos la ocasión para irnos a tomar unas cuantas cervezas a mi bar favorito, El Galeón. Mientras íbamos por la… octava botella… suena el celular, una señorita me dice pausadamente que al día siguiente me presente en la redacción del diario.
El 12 de enero llegó.
Entré junto a la otra chica practicante, nerviosos. Un señor gordito y de bigotes nos presenta con todos, nosotros aún algo tímidos saludamos.
Desde ese momento sentí que me arrojaron al mar y empecé a nadar, nadar y nadar.
Vinieron los muertos, la corrección de los editores, los viajes, la ideología empresarial, la entrevista a los directores de las sedes de los ministerios, caminatas por los mercados, parques, asentamientos humanos, aquí, allá, buena comida a bajo precio, huariques, gente muy colaboradora, gente para mandar a la mismísima y todo lo que me ha gustado hacer más: caminar, tomar fotos y escribir.
Diecinueve días se pasaron volando, entre los buenos momentos con los compañeros que gané y las grandes cosas que nunca aprenderé en la universidad.
Hasta que para el fin de mes el director me menciona que rechazaron mi contrato por no haber presentado mi carta de presentación y la firma del jefe de prácticas de mi facultad.

¿Cómo es el cau-cau?
Todos están de vacaciones, he callado en todo momento que según el reglamento escrito en un pedazo de mármol rectangular, sí, así como en los Picapiedras, señala que sólo se pueden hacer prácticas culminando el sétimo semestre, recién pasaré a sexto, visité momentáneamente mi facultad, el decano estaba de viaje, llamé al jefe de prácticas, quien muy amablemente me dijo que no puede firmar nada porque iría contra las reglas, además caballerosamente resaltó mi condición de no estar en el semestre correspondiente: “mucho menos, no se puede hacer nada”.

¿Qué me queda?
Estudié el reglamento y puedo hacer dos maniobras.
Uno. Aceitar y meter más lubricante corriendo el riesgo de ser sancionado por la universidad.
Dos. Esperar terminar el sétimo semestre, ya no insistir más e irme a Lima para aprovechar del verdadero verano y ganar algo de dinero.
Estuve en un estado de inconciencia o usé mecanismos de defensas para no asimilar lo que me había pasado. Pero por dentro sentía miles de hilos que se entrecruzaban y jodían más algo que puedo llamar alma.
Necesitaba canalizarlo, necesitaba liberar ese tremendo bulto que ya fastidiaba.
Hoy. Me desperté tarde, fui a quitarme el cabello por completo, visité a mi mamá y a mis tíos que me invitaron a almorzar como tres veces.
Regresé. Llamé a mi amiga Tefa para salir por la tarde… porque los mejores amigos para eso están. Nos encontramos a las siete de la noche y fuimos al cine para ver Red social, compramos golosinas en PlazaVea y nos los metimos en las prendas, porque estamos de bajo presupuesto (propio de nuestra edad).
Al salir una inclemente, bárbara, estrepitosa, sediciosa lluvia anegaba las calles, vimos como buzones del desagüe rebalsar y crear piscinas.
Caminamos, corrimos, nos reímos como nunca.

Fue así que me sentí recuperado, con los pensamientos más claros y los calcetines mojados.
No me costó nada secarme la cabeza porque no hay cabello alguno.
Me senté a escribir.
Lo que menos preocupa es saber si lo hago bien o mal.
Me siento bien porque lo único que quiero hacer siempre, porque es lo único que he amado con gran intensidad es escribir.
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