lunes, 20 de febrero de 2012

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Perro muerto

La última semana se incrementaron las veces y horas de lluvia. En el nuevo ritmo de labores, sólo salgo un par de veces de casa: una para ir a la universidad y la otra para ir a comprar pan.
La última semana, la cuadra donde se ubica la casa de mis abuelos tuvo un visitante que se quedó para siempre, literalmente dicho.

Lunes: Retornaba corriendo con la bolsa de pan de trigo en la mano derecha mientras con la otra buscaba las llaves. Se me hizo difícil encontrarlas porque algo había llamado mi atención. Un bulto peludo se encontraba tirado en el umbral del portón, me acerqué y vi que se trataba de un perro negro de un pelaje heterogéneo. Se me ocurrió la palabra “chusco” hasta que me miró y sentí una leve congoja. Lo dejé allí, preferí no botarlo para que se siga protegiendo de la lluvia.

Martes: Me encontraba a media cuadra para llegar a casa y observé a mi abuelo ofreciendo un poco de comida al perro que seguía echado. Cuando me acerqué me dijo: “Está enfermo…” Giré para ver al peludo, pero no volvieron a coincidir nuestras miradas ya que él se encontraba más concentrado en cómo comer.

Miércoles: En plena conversación durante el lonche, salió el tema del perro abandonado que se había recostado en el portón de mi casa. Mi tío y yo sacábamos la cabeza de vez en cuando por la ventana para divisar al perro que había cambiado de casa para recostarse.

Jueves: Comentando las noticias con mis familiares, volvió a salir el tema del perro abandonado, esta vez porque un carro lo había embestido.

Viernes: Mi gata parió cuatro crías, fue día de carnavales y al regresar el corso que organizaron en el centro de la ciudad, nuevamente me crucé con el cuerpo del perro que se encontraba a dos casas de la mía, tenía el ojo izquierdo reventado y el pelaje húmedo. Tuve un mal presentimiento.

Sábado: Las lluvias se hicieron más prolongadas y las veces que miré al perro ya no estaba recostado bajo alguna sobresaliente de segundo piso para no mojarse. Estaba tirado en medio de la vereda como si esperase a alguien… o algo.

Domingo: Amaneció lloviznando y con una baja temperatura, me costó levantarme, pero lo hice. Al observar la calle desde la ventana del segundo piso me percaté el cuerpo del perro que seguía recostado, no pude advertir ningún tipo de movimiento de respiración. “Ya ha comenzado a hincharse” dice mi abuela. No hay para más: había muerto sin que nadie haya hecho nada. Exactamente la semana que no me cruce con ningún vecino.

Entonces comprendí con exactitud la frase coloquial “te han hecho el perro muerto” y decidí que nunca usaría tal expresión.

Por la noche me asomé por la ventana, el cadáver ya no se encontraba… sentí una leve tranquilidad después de haber pasado el día observando cómo todo el mundo se cruzaba con el cuerpo y sólo mostraban gestos de asco.
Entre todos nosotros, habrá alguno que intente no tener amos, ser libre; pero tal vez en el intento muera. Creo que en este caso, la muerte del perro vagabundo no ha sido en vano porque lo que he aprendido de él esta semana no lo olvidaré cuando me toque intentar ser libre.

Hasta un próximo lunes.
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lunes, 6 de febrero de 2012

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La herida


Así empezó el 2012…

Inconscientemente y siempre empiezo por el lado izquierdo, será porque el espejo está inclinado hacia mi lado derecho al verlo. Me he acostumbrado a afeitarme bajo la lluvia en estos meses, lo hice. Como todas las mañanas, tengo que continuar… con el lado derecho, algo extraño sucede y presiento a mis pensamientos como un vacío eterno hasta que se incrustan las miles de hojas que leí  y releí de la denuncia que me impusieron, el último viaje a Oxapampa y una gota de sangre cae. 
Comienzo a sangrar y trato de llevarme toda la cantidad de agua posible al labio superior que ya está teñido. Levanto el rostro para no causar presión, doy un paso hacia atrás y resbalo…

Me encontraba allí, tendido boca arriba mientras la llovizna se hacía lluvia. No pude contenerlo: un llanto se desencadenó, no lo sentí mío aun tenía el cuerpo tremulento. Busqué el porqué lo hacía, pero me sentí efímero.

Tan corto como esperar a que se forme un coágulo, tan corto como el tiempo que resta para terminar la universidad e irme de esta ciudad. Buscar un refugio a mi existencia y salvaguardarlo a través de la percepción de otros mucho más ajenos.

Todo esto empezó luego del año nuevo, cuando sufrí la resaca de la mezcla del martini, whisky, vodka y saliva. Lo cargué por varios días y decidí no volver a libar, entonces razoné que la falta de adormecimiento había sido desesperanzador, provocó que me mezcle con las cosas reales esencialmente y fuese un objeto más que yace en la dimensión de las cosas que carecen de algo que nosotros hemos denominado “alma”.

La segunda punzada sentida fue cuando volví a sentirme solo y escuchaba a Marco AurelioDenegri comentar sobre este tema relacionado con la juventud del siglo XXI. Él estaba en lo correcto, y yo me veía como una araña que teje redes por todas las direcciones para no sentirse sola: el sentido de la conectividad (aunque nadie responda, comente, retuitee o le ponga me-gusta). Comprendí lo dificultoso que puede ser terminar intempestivamente una amistad de más de un par de años y zas… escaparse porque la cobardía (razumovich) siempre está presente en esos momentos. Tenía que volver a caminar por las calles solo.

La tercera que dolió más fue cuando me negaron un trabajo por una denuncia de la cual desconocía hasta que al día siguiente por la mañana encuentro un manojo de papeles sellados y resellados por todo lado, busco mi nombre y me entero de todo. “Gracias a las prácticas, a los colaboradores untuosos y a mi desesperación por buscar información resaltante”.

Las heridas que llevaba se habían concentrado en una y estaba purulenta.

Me levanto y me dirijo a la ducha mientras todo lo que me rodea es aciago. Voy al espejo más cercano para ver el estado de la herida que me había hecho en el labio superior: un coágulo seco, oxidado, añejo y viejo.

Recibo un par de llamadas y se me confirman nuevas labores para cumplir en la oficina de Relaciones Públicas de mi universidad. Doy un respiro suave. Vuelvo a probar un poco de alcohol, se hacen más viables las cosas con respecto a la denuncia. Todo parece estar mejorando.

Aún estoy pasando por la “transición bipolar”, como denominé al estado inestable en el que me encontraba totalmente sumergido y disponía de actitudes que con facilidad eran mermadas por la susceptibilidad –exagerada–.    

Ahora todas las cosas me resultan efímeras, pero no por eso dejo de esforzarme por conseguir algo, quizás en el poco tiempo de duración de las cosas y/o situaciones compartidas radique lo especial y esencial del porqué existen esas cosas y/o situaciones. Algunas ya las viví y como correspondió siguieron su tránsito, no puedo volverlas a buscar a que se repitan una vez más. Aún creo en que el futuro es la mejor forma para sentirse bien, porque aunque lo planifiquemos, siempre vendrán cosas que nos puedan causar heridas o nos puedan hacer rozar el toque mágico de lo humano, tal vez denominado felicidad. Después de todo sé que esta situación también será efímera, aunque quisiera que dure más, porque ahora puedo distinguir con mayor claridad entre lo vulgar, lo retórico, lo apreciable y lo que es digno llamarse inefable… exactamente esto.

Al terminar aquel día, la herida dejó de sangrar, pasaron tres días y sólo pude observar una pequeña cicatriz de medio centímetro. Me alegré asolapadamente.

Hasta un próximo lunes.
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