Un bote
se aproximaba, la neblina estaba tan densa que no existía horizonte alguno, o
estábamos sobre una consistente nube plomiza, jugamos y grabamos esos momentos
que supondremos luego inolvidables. Hice clic en enviar y recordé exactamente
todo tu correo electrónico, leer tu nombre me provoca leves chispazos en el
cuerpo.
Salí
del sueño y me mostré preocupado, estuve en proceso de llevar todo lo anterior
en recuerdos, la confusión fue tremenda: estuve engañando a mi cabeza. Me moví
ligeramente para no despertar al cuerpo que me acompañaba aquel domingo por la
tarde, verifiqué la hora y hubieron pasado dos horas luego de haber probado dos
vasos de whisky en la celebración de un bautizo.
Unos
años después, mientras llegábamos al Callo, recordé mi cumpleaños dieciocho.
Caminamos sobre las piedras y el cascajo recordando las circunstancias pasadas
en el aquel mismo lugar. Tu cuerpo empezó a nublarse.
Desperté
aprehensivo y tuve una tos imparable hasta que un dolor de cabeza me tomó por
sorpresa y sentí sufrir de algo que mi hipocondría sólo lo sabía. Cogí el libro
que dejé en la cabecera de mi cama y pasé toda la noche en vela, hasta la
mañana siguiente que decidí hacer una llamada.
-¿Has
olvidado que hace unas semanas estuvimos paseando por allí?
-Nunca hemos salido tan lejos.
-Ya vamos saliendo más de un año.
-No…
-Nunca hemos salido tan lejos.
-Ya vamos saliendo más de un año.
-No…
La
alarma sonó y tenía el celular frente a mi rostro con el número marcado. Fui
preso, nuevamente, de una confusión tremenda por saber si la conversación se
realizó o no, vi el registro y nunca logré entablar una comunicación. Lo soñé…
otra vez.