Después de esos sueños hondos, como si nuestra
conciencia se hubiese aventado al más profundo abismo, desperté.
Sobre la mesa junto a la cama seguían los dos
vasos de whisky, la inercia estiró mi brazo derecho para coger uno de ellos y resbalé
de la cama golpeándome la frente. Estaba la ras, entre el polvo y una caja de
cigarros cerca que apreté entre mis manos antes de volver a perder la
conciencia o que eso recuerde como sueño.
De adolescente siempre sentía culpabilidad por no volver a tiempo a casa, ahora estaba libre de esa emoción, me acogía el deseo de aprovechar el día, levantarme y caminar por todas las calles donde mis huellas emiten un llamado a mi corazón que acelera el latido.
De adolescente siempre sentía culpabilidad por no volver a tiempo a casa, ahora estaba libre de esa emoción, me acogía el deseo de aprovechar el día, levantarme y caminar por todas las calles donde mis huellas emiten un llamado a mi corazón que acelera el latido.

Al asomarme a la puerta hacia la calle noté en el piso un papel que había sido pegado en algún lugar a la altura de mis ojos: “No dejes cigarros prendidos, asegúrate de cerrar bien la puerta. Y si vuelves, no toques el timbre”. Saqué el encendedor el bolsillo y quemé le papel.
Puse música, encendí otro cigarro que el
estómago me reclamaba con los retortijones y unos lentes de sol para no atraer
miradas.
“Memory, ah, memory, ah” y me senté en el
puesto de jugos en un mercado al que por primera vez entré como un espectro.
-¿Le echo berenjena? –sin dejarme responder– es muy buena para la resaca.
-¿Le echo berenjena? –sin dejarme responder– es muy buena para la resaca.
-Gracias, señora.
-Mi hijo también se fue de parranda el otro día y volvió después de dos días con…
-Mi hijo también se fue de parranda el otro día y volvió después de dos días con…
Escuchaba la anécdota de la señora mientras un
diálogo se interfirió:
-Pareces un trucha, al que tiran al mar para
que muera.
-Un salmón.
-Fatalista.
-Hedonista –Corrigiendo–.
-¿Siempre la cagas con tus justificaciones?
-¿Siempre la cagas con tus justificaciones?
Al mediodía el cielo volvió a adquirir el
color plomizo y los rostros empezaron a empalidecer. Caminé sin rumbo, fue la
primera vez que me sentía pequeñísimo en la ciudad, un laberinto extenso que
desemboca al mar, adonde terminé por la tarde y me empapé con la brisa. Una
náusea me tumbó y estaba frente a aquella puerta que no quería volver a ver.
Toqué el timbre.
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