martes, 21 de agosto de 2012

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Azul


Ardía con la fiebre encima, resbalé y caí al piso. Las florecillas que adornaban el sillón no tenían el tono fucsia de siempre porque la luz de la tarde entraba por las ventanas y las teñía de azul, bueno, cuando logré despertar toda la sala estaba en azul.

Preparé café pese a que llevaba varios días de insomnio, volví a coger los lapiceros de tinta líquida para empezar a trazar figuras extrañas, cuando sentí que inconscientemente que había dibujado a alguien… o tenía sus labios, sus ojos oscuros, el cabello cano. La velocidad de mis dedos no podían distinguirse entre los recuerdos que flotaban alrededor y uno que otro verso que nunca habré de haberlo escrito, sólo pronunciado en aquel momento.

Esperé a que el reloj marque un cuarto para las seis de la tarde, pero no llegó, la sala seguía del mismo color, tal vez un poco anaranjada. La sala seguía sola y esperando a que en algún momento me anime a prender la luz (artificial).

Nuevamente otra madrugada y los lapiceros no pudieron hacer nada, los trazos no tenían forma, no tenían recuerdos, no tenían vida.

Había oscurecido y preferí no prender la luz, la sala se encontraba muy bien así.

El papel me miraba, yo no a él, tenía los lapiceros en las manos y no se produjo nada.

La Hora Azul desde mi azotea
El día que pude dormir soñé que me encontraba recostado en una cama junto a mi abuela, al voltear a la derecha, observé a alguien que abría las sábanas y me llamaba para acompañarle, tenía la misma sonrisa picaresca que me atrae y excita, pero al levantarme de la mía me le acerqué para decirle que me espere porque iba a ver cómo estaba mi cuarto. Al regresar las dos camas estaban vacías, “una nimiedad” y mi  abuela apareció detrás para recordarme que era en vano ponerme triste. Ahora quien me había llamado de la otra cama se encontraba con compañía. No aguanté y desperté.

Mientras esperaba a que llegue la hora indicada, recordé que sueño reciente fue una vil tontería, una mala pasada de mi subconsciente, no tenía por qué haber dramatizado tanto, me sentía ridículo, sin embargo, esa contradicción se volvió a contradecir: era un mecanismo de defensa ¡negación!

Por la noche ya no me fue necesario esperar la luz de la tarde para hacer algo, sólo recuerdo que me senté, tracé, escribí, lo leí tres veces y me pareció absurdo. No era necesario que lo leyera, cuando nos volvamos a ver se lo contaré y me cagaré de risa.

Hasta un próximo lunes.
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lunes, 13 de agosto de 2012

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De vuelta


Había pasado tres días desde la audiencia en el quinto juzgado penal, estuve apartado de todo el mundo que se mueve fuera de mi cuarto –mi propio mundo–, donde ahora me encontraba clasificando papeles (denuncia a los 23, denuncia a los 13, VIII semestre, VII semestre, RR.PP. UNCP, Correo, Primicia, certificados, recibos Claro, etc.), vertiendo agua a mis acuarelas cuarteadas, botando frascos de perfumes que ya no uso; por las noches preparo pop-corn con margarina y saco una gaseosa para que me acompañen mientras veo las películas que sé nunca podré ver en Cineplanet, lo sé, lo sé… “eso me engordará más” y poco me interesa porque durante el último año he enflaquecido demasiado al punto que me sentido estúpido, vacío, simplón y me extrañaba… o bueno, alguna parte de mí extrañaba mi propia esencia.

Miraba de soslayo a Coro (mi gato) que se arrellanaba sobre una almohada, no le tomé importancia y seguí leyendo, fue algo desesperante y volví a dirigir la mirada hacia el pequeño felino que hacia piruetas de espaldas con la finalidad de recibir mis caricias, ronronear y quedarse dormido, tuve que hacerlo, no por le tenerle un afecto especial… sólo que imaginé lo desdichado que se sentiría después que su hermana murió envenenada por algún vecino (loco) y su mamá desapareció por algún vecino que cree en ritos (gastronómicos) con los animales. Terminé el capítulo VIII de la obra que me traía enarbolado y noté que Coro ya no estaba sobre mi cama, la puerta estaba mucho más abierta, pensé un momento en lo ocurrido y me sentí mucho mejor conmigo: lo había aprendido. No era necesario cerrar las puertas, o nadie entra o nadie sale, durante los últimos años no lo estuve haciendo porque tenía la puerta “bien” cerrada, he buscado o sigo buscando ser libre y no me percaté en la libertad de los demás que fluyen como los guijarros en el río, sino dejaba que todo fluya, tal vez ahora estaría ahogado, estancado, ¡Anaxímenes tenía razón en ese momento! Fui para mi escritorio y releer lo que había escrito los últimos días, aun me parecía desatinado publicarlos y más que eso: era tonto hacerlo, quienes existen mediante esos párrafos no lo necesitaban, yo tampoco porque lo que más quería era verlos, viajar, fumar un  poquito de un porrito, jatear, reír con la torta en la cara por mi cumpleaños, comer y sentir que en los momentos de un “presente” sólo ocurrirían ahí… no, otra vez ¡maldito carpe diem!

Falta un par de semanas para que las vacaciones “de medio año” culminen, he repasado algunas cosas de los dos últimos semestres y  he vuelto a recordar que la universidad no es el lugar más indicado para hacerte profesional y que más se aprende imaginando, creando un mundo sin muros, lleno de horizontes por todos los puntos cardinales y si hay una buena compañía, es mejor disfrutar las cosas tanto como lo podrías hacer estando solo.

Hasta un próximo lunes.
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